sábado, 5 de julio de 2014

RECUERDOS SOBRE CAMACHO

El gran capitán también puso fin a su carrera de jugador en el año 1989 

Recordaba ayer en Historias del Real Madrid a Maceda con motivo del vigesimoquinto aniversario de su retirada del fútbol, en 1989. Y hoy quiero hablar de otro ilustre madridista que también colgó las botas aquel año: Camacho.

José Antonio Camacho Alfaro nació en Cieza, Murcia, el 8 de junio de 1955. Despuntó en el fútbol, sin embargo, en el Albacete, en la ciudad a la que había llegado de niño junto a su familia. Del club manchego pasó al Real Madrid para jugar en el Castilla en el año 1973. En la campaña 1973-74 llega a debutar con el primer equipo blanco y un año más tarde, en la 1974-75, se asienta ya como titular de la primera escuadra pese a su juventud.
Obviamente, no viví su primera década como futbolista del Madrid. Cuando yo me intereso por el fútbol, José Antonio Camacho ya es todo un veterano de 28 años que lleva diez de titular en el Santiago Bernabéu. Había superado una gravísima lesión que le tuvo apartado de los terrenos de juego más de año y medio, pasándose la temporada 1978-79 totalmente en blanco.
Se había perdido el Mundial de Argentina de 1978 pero había jugado el de España. Lamentablemente, como creo que ya he comentado alguna vez por aquí, no recuerdo nada de aquella cita de 1982. Su recuperación había sido total, afortunadamente, y volvió a ser una pieza clave en el engranaje del Madrid y de la Selección Española.
Como es lógico, José Antonio Camacho jugó el mítico España-Malta de 1983, como Maceda. Y como Santillana.
Camacho, Santillana y Juanito formaban la ‘vieja escuela’ de aquel Real Madrid de, casi, mediados de los ochenta que tanto admiré. Ellos tres habían compartido vestuario con leyendas del pasado a las que no vi jugar pero que son santo y seña del madridismo como Pirri, Amancio, Goyo Benito y compañía. Eran los símbolos de garra y fuerza de un Madrid quizás menos técnico pero que derrochaba casta y pundonor por todos los costados. Eso que en la Selección de la época se conocía como ‘la furia’, vamos.
Sí. José Antonio Camacho era el ejemplo más palpable de la ‘furia’ en la Selección y en el Madrid de los ochenta. Un tío con dos pelotas y pinta de bruto que no se arrugaba frente a nadie, que corría hasta echar el último aliento… un defensa a la vieja usanza, muy del corte de los defensores contundentes de aquella época. Goicoechea, Migueli, Camacho… defensas de los que asustaban. Con cicatrices, mostachos, pelo largo…
Una de las imágenes que siempre recuerdo de Camacho pertenece al Mundial de México de 1986. Es la del de Cieza sangrando de la frente tras recibir un fortísimo golpe con los tacos de un rival y volviendo a jugar en pocos segundos con un aparatoso vendaje a la cabeza. Aquello era fútbol de otra época, como el de las fotos en blanco y negro de los defensas de los años veinte y treinta del pasado siglo, con los pañuelos en la testa para no herirse con las costuras de los balones de piedra con los que se jugaba antaño.
Cuando eres niño y ves cosas como esa de jugar con la cabeza vendada no tardas en idolatrar al que parece un súper héroe. Y Camacho lo parecía. Un tío invencible que pese a la sangre y las heridas, seguía jugando porque a los compañeros no se les podía dejar solos en la batalla. ¡Además era el capitán!
Y claro. Yo quería ser como Camacho, al que adopté como uno de mis primeros ídolos de infancia junto con Juanito y Chendo. Casualmente, los tres llegaron a ser capitanes del Real Madrid. ¿Me atraía quizás la mística del brazalete? No lo sé. Pero encontraba un extraño placer a lo de jugar de defensa cuando era crío. Ver el partido desde atrás, corregir posiciones de los compañeros sobre el campo, gritarles para que bajaran a defender cuando se quedaban arriba a ‘descansar’ mientras el rival montaba la contra de turno…
El espejo en el que fijarse, evidentemente era Camacho. Me encantaba la fuerza y el coraje que derrochaba, lo que corría, el ímpetu, la contundencia con la que se lanzaba a cortar un balón, la capacidad de aguantar a los atacantes, la colocación…
Pero no eran sólo los detalles técnicos y estrictamente futbolísticos los que me llamaban la atención de Camacho. Era lo que transmitía. El no venirse abajo nunca. No dar nunca un balón por perdido. Pegar cuatro voces cuando hay que darlas para levantar el ánimo de los compañeros. Lucha, entrega, sacrificio… Conceptos absolutamente válidos no sólo para el fútbol, sino también para la vida en general. Cuando yo era niño, yo todo eso lo veía personificado en la figura de Camacho.
Estoy seguro de que las gestas de las míticas remontadas europeas de los años ochenta no hubieran sido posibles de no haber estado en el equipo Juanito, Santillana y Camacho.
En su libro ‘Los once poderes del líder’, Jorge Valdano escribe un pasaje en el que describe cómo vivía aquellos encuentros José Antonio Camacho. Según el argentino, Camacho visitaba las habitaciones de los jugadores, “no más allá de las ocho de la mañana”, como si el partido estuviera a punto de empezar. Cuenta Valdano que, en su caso, lo que quería saber el de Cieza era cómo remataría ese día los córneres. “José Antonio no era un teórico, de modo que una simple respuesta resultaba insuficiente. Exigía una demostración. Y de inmediato. Había que levantarse, saltar y cabecear al aire. Una vez hecha la demostración, uno intentaba seguir durmiendo y Camacho se marchaba hacia otra habitación, hacia un nuevo objetivo al que inocularle pasión. Ninguna habitación se quedaba sin ser visitada”, escribe Valdano.
Qué carácter y qué manera de ser. Todo pundonor y corazón. ¿Cómo no iba a certificarse la remontada con los mimbres que había en aquel equipo? Así cayeron dos Copas de la UEFA. De las de verdad. De las de antaño.
No recuerdo verle marcar ningún gol. Sé que en la temporada 1983-84 anotó uno en Liga. Pero no lo recuerdo. Camacho no era un jugador de ataque. Era un defensa cerrado, siempre con el dorsal 3 a la espalda y jugando de lateral izquierdo, aunque en ocasiones, si era requerido, actuaba como central.
Entre las temporadas 1983-84 y 1987-88 Camacho era un fijo de las alineaciones. El gran capitán del Real Madrid que encadenó títulos para mi regocijo de aficionado.
La recta final 

Pero todo empieza y acaba. Camacho era ya todo un veterano cuando yo empecé a ver fútbol, como apuntaba antes. Santillana se había retirado a la conclusión de la campaña 1987-88. José Antonio lo hizo un año más tarde. La temporada 1988-89 fue su último ejercicio en activo. Empezó jugando, pero las lesiones le apartaron de la titularidad y acabó participando en pocos encuentros. Siete duelos de Liga, uno de Copa y uno de Copa de Europa. Nueve partidos en total.
José Antonio Camacho disputó su último partido oficial el 23 de junio de 1989, en la última jornada de aquel campeonato liguero. El Real Madrid se impuso 2-1 al Valencia y Camacho saltó al terreno de juego en el minuto 73 sustituyendo a Martín Vázquez. Al término del encuentro, como capitán, fue el encargado de recoger el Trofeo que acreditaba al Madrid como campeón de Liga. Con el estadio a oscuras y miles de pequeñas bengalas encendidas en las gradas el Madrid celebró el título una semana antes de adjudicarse la Copa del Rey. Era el broche de oro a una larga trayectoria para Camacho.
Quedaban atrás dieciséis temporadas en la elite. En total, José Antonio Camacho disputó 576 partidos oficiales con el Real Madrid y anotó once goles con la camiseta blanca. Ganó nueve Ligas, cinco Copas del Rey, dos Supercopas de España, una Copa de la Liga y dos Copas de la UEFA.
Fue internacional en 81 ocasiones. Pudieron haber sido unas cuantas más de no haber sido por aquella gravísima lesión que tuvo a finales de los setenta. Jugó los Mundiales de España 82 y México 86 y las Eurocopas de Francia 1984 y Alemania 1988. Durante muchos años mantuvo el récord absoluto de internacionalidades.
Un año después de colgar las botas, en la campaña 1989-90, el Real Madrid organizó un homenaje a su ex capitán. Fue el 1 de mayo de 1990, frente al Milan. Camacho jugó algo más de los diez primeros minutos del encuentro. Se había editado un tríptico de recuerdo con todos los datos referentes a su carrera deportiva en el Real Madrid, que aún hoy en día yo conservo como un tesoro.
Tras su retirada pasó a entrenar en las categorías inferiores del club. En la temporada 1990-91 fue durante unos meses ayudante de Di Stéfano en el banquillo del primer equipo. Posteriormente inició en el Rayo Vallecano su carrera de entrenador en solitario pasando por diversos clubes. Dos veces llegó a ser entrenador del Real Madrid, en 1998 y 2004, aunque en ambos casos dimitió a las primeras de cambio por desacuerdos con la entidad. También ha sido Seleccionador, dirigiendo a España en la Eurocopa del año 2000 y en el Mundial de Corea y Japón de 2002. Siempre ligado al fútbol, también ha ejercido de comentarista.
Pero hoy quería recordar, sobre todo, su figura como jugador, ahora que se han cumplido veinticinco años de su retirada. Como suelo hacer, aprovecho para rendir mi pequeño homenaje a este grandísimo jugador desde ‘Historias del Real Madrid’.

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