Recordaba ayer en Historias del Real Madrid a Maceda con motivo del vigesimoquinto aniversario de su retirada del fútbol, en 1989. Y hoy quiero hablar de otro ilustre madridista que también colgó las botas aquel año: Camacho.
José Antonio Camacho Alfaro nació en Cieza, Murcia, el 8 de junio de 1955. Despuntó en el fútbol, sin embargo, en el Albacete, en la ciudad a la que había llegado de niño junto a su familia. Del club manchego pasó al Real Madrid para jugar en el Castilla en el año 1973. En la campaña 1973-74 llega a debutar con el primer equipo blanco y un año más tarde, en la 1974-75, se asienta ya como titular de la primera escuadra pese a su juventud.
Obviamente, no viví su primera década como futbolista del
Madrid. Cuando yo me intereso por el fútbol, José Antonio Camacho ya es todo un
veterano de 28 años que lleva diez de titular en el Santiago Bernabéu. Había
superado una gravísima lesión que le tuvo apartado de los terrenos de juego más
de año y medio, pasándose la temporada 1978-79 totalmente en blanco.
Se había perdido el Mundial de Argentina de 1978 pero había
jugado el de España. Lamentablemente, como creo que ya he comentado alguna vez
por aquí, no recuerdo nada de aquella cita de 1982. Su recuperación había sido
total, afortunadamente, y volvió a ser una pieza clave en el engranaje del
Madrid y de la Selección Española.
Como es lógico, José Antonio Camacho jugó el mítico
España-Malta de 1983, como Maceda. Y como Santillana.
Camacho, Santillana y Juanito formaban la ‘vieja escuela’ de
aquel Real Madrid de, casi, mediados de los ochenta que tanto admiré. Ellos
tres habían compartido vestuario con leyendas del pasado a las que no vi jugar
pero que son santo y seña del madridismo como Pirri, Amancio, Goyo Benito y
compañía. Eran los símbolos de garra y fuerza de un Madrid quizás menos técnico
pero que derrochaba casta y pundonor por todos los costados. Eso que en la
Selección de la época se conocía como ‘la furia’, vamos.
Sí. José Antonio Camacho era el ejemplo más palpable
de la ‘furia’ en la Selección y en el Madrid de los ochenta. Un tío con dos
pelotas y pinta de bruto que no se arrugaba frente a nadie, que corría hasta
echar el último aliento… un defensa a la vieja usanza, muy del corte de los defensores
contundentes de aquella época. Goicoechea, Migueli, Camacho… defensas de los
que asustaban. Con cicatrices, mostachos, pelo largo…
Una de las imágenes que siempre recuerdo de Camacho
pertenece al Mundial de México de 1986. Es la del de Cieza sangrando de la frente
tras recibir un fortísimo golpe con los tacos de un rival y volviendo a jugar
en pocos segundos con un aparatoso vendaje a la cabeza. Aquello era fútbol de
otra época, como el de las fotos en blanco y negro de los defensas de los años
veinte y treinta del pasado siglo, con los pañuelos en la testa para no herirse
con las costuras de los balones de piedra con los que se jugaba antaño.
Cuando eres niño y ves cosas como esa de jugar con la cabeza
vendada no tardas en idolatrar al que parece un súper héroe. Y Camacho lo
parecía. Un tío invencible que pese a la sangre y las heridas, seguía jugando
porque a los compañeros no se les podía dejar solos en la batalla. ¡Además era
el capitán!
Y claro. Yo quería ser como Camacho, al que adopté como uno
de mis primeros ídolos de infancia junto con Juanito y Chendo. Casualmente, los
tres llegaron a ser capitanes del Real Madrid. ¿Me atraía quizás la mística del
brazalete? No lo sé. Pero encontraba un extraño placer a lo de jugar de defensa
cuando era crío. Ver el partido desde atrás, corregir posiciones de los
compañeros sobre el campo, gritarles para que bajaran a defender cuando se
quedaban arriba a ‘descansar’ mientras el rival montaba la contra de turno…
El espejo en el que fijarse, evidentemente era Camacho. Me
encantaba la fuerza y el coraje que derrochaba, lo que corría, el ímpetu, la
contundencia con la que se lanzaba a cortar un balón, la capacidad de aguantar
a los atacantes, la colocación…
Pero no eran sólo los detalles técnicos y estrictamente
futbolísticos los que me llamaban la atención de Camacho. Era lo que
transmitía. El no venirse abajo nunca. No dar nunca un balón por perdido. Pegar
cuatro voces cuando hay que darlas para levantar el ánimo de los compañeros.
Lucha, entrega, sacrificio… Conceptos absolutamente válidos no sólo para el
fútbol, sino también para la vida en general. Cuando yo era niño, yo todo eso
lo veía personificado en la figura de Camacho.
Estoy seguro de que las gestas de las míticas remontadas
europeas de los años ochenta no hubieran sido posibles de no haber estado en el
equipo Juanito, Santillana y Camacho.
En su libro ‘Los once poderes del líder’, Jorge Valdano
escribe un pasaje en el que describe cómo vivía aquellos encuentros José Antonio
Camacho. Según el argentino, Camacho visitaba las habitaciones de los
jugadores, “no más allá de las ocho de la mañana”, como si el partido estuviera
a punto de empezar. Cuenta Valdano que, en su caso, lo que quería saber el de
Cieza era cómo remataría ese día los córneres. “José Antonio no era un teórico,
de modo que una simple respuesta resultaba insuficiente. Exigía una
demostración. Y de inmediato. Había que levantarse, saltar y cabecear al aire.
Una vez hecha la demostración, uno intentaba seguir durmiendo y Camacho se
marchaba hacia otra habitación, hacia un nuevo objetivo al que inocularle
pasión. Ninguna habitación se quedaba sin ser visitada”, escribe Valdano.
Qué carácter y qué manera de ser. Todo pundonor y corazón.
¿Cómo no iba a certificarse la remontada con los mimbres que había en aquel
equipo? Así cayeron dos Copas de la UEFA. De las de verdad. De las de antaño.
No recuerdo verle marcar ningún gol. Sé que en la temporada
1983-84 anotó uno en Liga. Pero no lo recuerdo. Camacho no era un jugador de
ataque. Era un defensa cerrado, siempre con el dorsal 3 a la espalda y jugando
de lateral izquierdo, aunque en ocasiones, si era requerido, actuaba como
central.
Entre las temporadas 1983-84 y 1987-88 Camacho era un fijo
de las alineaciones. El gran capitán del Real Madrid que encadenó títulos para
mi regocijo de aficionado.
La recta final
Pero todo empieza y acaba. Camacho era ya todo un veterano cuando yo empecé a ver fútbol, como apuntaba antes. Santillana se había retirado a la conclusión de la campaña 1987-88. José Antonio lo hizo un año más tarde. La temporada 1988-89 fue su último ejercicio en activo. Empezó jugando, pero las lesiones le apartaron de la titularidad y acabó participando en pocos encuentros. Siete duelos de Liga, uno de Copa y uno de Copa de Europa. Nueve partidos en total.
Pero todo empieza y acaba. Camacho era ya todo un veterano cuando yo empecé a ver fútbol, como apuntaba antes. Santillana se había retirado a la conclusión de la campaña 1987-88. José Antonio lo hizo un año más tarde. La temporada 1988-89 fue su último ejercicio en activo. Empezó jugando, pero las lesiones le apartaron de la titularidad y acabó participando en pocos encuentros. Siete duelos de Liga, uno de Copa y uno de Copa de Europa. Nueve partidos en total.
José Antonio Camacho disputó su último partido oficial el 23
de junio de 1989, en la última jornada de aquel campeonato liguero. El Real
Madrid se impuso 2-1 al Valencia y Camacho saltó al terreno de juego en el
minuto 73 sustituyendo a Martín Vázquez. Al término del encuentro, como
capitán, fue el encargado de recoger el Trofeo que acreditaba al Madrid como
campeón de Liga. Con el estadio a oscuras y miles de pequeñas bengalas encendidas
en las gradas el Madrid celebró el título una semana antes de adjudicarse la
Copa del Rey. Era el broche de oro a una larga trayectoria para Camacho.
Quedaban atrás dieciséis temporadas en la elite. En total,
José Antonio Camacho disputó 576 partidos oficiales con el Real Madrid y anotó
once goles con la camiseta blanca. Ganó nueve Ligas, cinco Copas del Rey, dos
Supercopas de España, una Copa de la Liga y dos Copas de la UEFA.
Fue internacional en 81 ocasiones. Pudieron haber sido unas
cuantas más de no haber sido por aquella gravísima lesión que tuvo a finales de
los setenta. Jugó los Mundiales de España 82 y México 86 y las Eurocopas de
Francia 1984 y Alemania 1988. Durante muchos años mantuvo el récord absoluto de
internacionalidades.
Un año después de colgar las botas, en la campaña 1989-90,
el Real Madrid organizó un homenaje a su ex capitán. Fue el 1 de mayo de 1990,
frente al Milan. Camacho jugó algo más de los diez primeros minutos del
encuentro. Se había editado un tríptico de recuerdo con todos los datos
referentes a su carrera deportiva en el Real Madrid, que aún hoy en día yo
conservo como un tesoro.
Tras su retirada pasó a entrenar en las categorías
inferiores del club. En la temporada 1990-91 fue durante unos meses ayudante de
Di Stéfano en el banquillo del primer equipo. Posteriormente inició en el Rayo
Vallecano su carrera de entrenador en solitario pasando por diversos clubes.
Dos veces llegó a ser entrenador del Real Madrid, en 1998 y 2004, aunque en
ambos casos dimitió a las primeras de cambio por desacuerdos con la entidad. También
ha sido Seleccionador, dirigiendo a España en la Eurocopa del año 2000 y en el
Mundial de Corea y Japón de 2002. Siempre ligado al fútbol, también ha ejercido
de comentarista.
Pero hoy quería recordar, sobre todo, su figura como
jugador, ahora que se han cumplido veinticinco años de su retirada. Como suelo
hacer, aprovecho para rendir mi pequeño homenaje a este grandísimo jugador
desde ‘Historias del Real Madrid’.
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