Jorge Valdano, al que recordaba en la última entrada, no fue la única novedad del Real Madrid para la temporada 1984-85. Varios meses después de la llegada de cuatro de los integrantes de la Quinta del Buitre de Julio César Iglesias a la primera plantilla del Real Madrid, el último de los componentes de aquel quinteto llegó por fin al primer equipo.
José Miguel González Martín del Campo, Míchel, que ya había
debutado con el Madrid en el partido de la huelga de 1982, se convirtió a
todos los efectos en jugador del Real Madrid de la mano del nuevo entrenador
del equipo, Amancio Amaro. El técnico gallego, que había dirigido al Castilla
campeón de Liga en Segunda División de la anterior campaña 1983-84, tomó las
riendas del equipo sustituyendo a Don Alfredo Di Stéfano. Con él, subieron a la
primera plantilla Míchel y Ochotorena, guardameta de aquel Castilla de la
Quinta del Buitre.
Desde aquel momento se convirtió en uno de los jugadores más
emblemáticos del equipo. Era buenísimo. Centrocampista de lujo, se desenvolvía
con técnica y precisión desde la banda derecha, desde la que ponía unos centros
milimétricos que acabaron en goles y más goles para el Real Madrid. No sólo los
daba. Además de asistencias, Míchel promediaba unas elevadas cifras anotadoras.
Llegaba a portería con mucha facilidad. Tenía un buen golpeo de balón, era buen
lanzador de faltas y tenía un buen disparo.
Titular indiscutible desde su llegada a la primera
plantilla, fue uno de los fijos en las alineaciones de todos los entrenadores que le tuvieron a sus órdenes y pieza fundamental del equipo durante el lustro de las cinco Ligas consecutivas que encadenó la escuadra merengue.
Pese a su enorme calidad y al peso importante que tenía en
la plantilla, a Míchel le costó ser aceptado por el público del Bernabéu. Es
algo que yo no entendía. Michel levantaba la animadversión entre nuestros
adversarios y era uno de los jugadores más odiados y criticados en varios
campos. Aquello, en cierto modo, lo podía entender. Pero no entendía el rechazo
que despertaba en ciertos sectores de la grada de nuestro propio estadio. No
termino de comprender si era que se le exigía más que a los demás… No lo sé.
La
crítica deportiva fue demasiado dura con los componentes de la Quinta del
Buitre a causa de los tropiezos en la Copa de Europa, y Míchel fue uno de los
blancos preferidos de ciertos carroñeros de la grada y de los medios de
comunicación. El caso es que los silbidos contra él fueron hasta habituales y,
en el último encuentro del campeonato liguero 1988-89, Míchel se retiró del
terreno de juego en pleno partido. Así, como suena. Pidió y se llegó a plantear
su salida del Club, algo que no me entraba en la cabeza siendo, como era, uno de
los mejores del equipo.
Las críticas le seguían persiguiendo incluso en la
Selección. En Italia, en 1990, dejó para el recuerdo una memorable actuación
contra Corea del Sur marcando tres goles que celebró con aquel recordado ‘me lo
merezco’ con el que el jugador quería reivindicarse de los palos que recibía
por parte de crítica y afición.
La cima de la polémica llegó en 1991 con el famoso capítulo
de los toques a Valderrama. Partido contra el Valladolid en el Santiago
Bernabéu. Saque de esquina a favor del Real Madrid y dentro del área, de manera
disimulada y de espaldas, Míchel le tocó los huevos, literalmente, al
colombiano Valderrama, que incrédulo, miraba a Míchel estupefacto. No pasó nada
más. Pero claro, la escena fue perfectamente captada por las cámaras de
televisión y aquello fue carne de cachondeo para rato. A partir de entonces,
Míchel tuvo que soportar en muchos desplazamientos, sobre todo a terrenos de
juego manifiestamente antimadridistas, los cánticos en los que se coreaba su
nombre poniendo en duda su masculinidad.
El resurgir
Conociendo lo mucho que se tomaba a pecho Míchel las
críticas, aquello le podía pasar factura. Pero resultó que no. No sé lo que
pasó por su cabeza, pero a partir de aquella temporada Míchel se centró del
todo. Fue algo así como la llegada a su madurez como futbolista. Empezó a
‘pasar’, por así decirlo, de las críticas, de los cánticos en su contra… y se
centró en lo que mejor sabía hacer: jugar al fútbol.
Muchas veces he contado, y quien siga ‘Historias del Real
Madrid’ lo sabrá, que la llegada de la década de los noventa le sentó mal al
Real Madrid. Pero al que le sentó bien fue a Míchel. Mientras Butragueño
iniciaba la curva descendente de su rendimiento, Míchel se erigió en uno de los
mejores del equipo. Es más. Yo diría que incluso mejoró como futbolista.
En la campaña 1992-93, por ejemplo, Míchel fue para mí el
mejor del Real Madrid de largo. Así se le reconoció en una encuesta realizada
por la revista Fortuna Sport entre todos los jugadores de Primera División y de
la que salió Míchel como el mejor jugador nacional de la Liga Española. Aún
guardo el ejemplar, en el que se incluía un artículo titulado El silencio de
los sepultureros.
Alcanzada la treintena, su calidad no mermó absolutamente
nada. Con 31 años, en la campaña 1994-95, seguía siendo titular indiscutible…
hasta que se lesionó. De gravedad, además. Corría el minuto 13 de la jornada 13
del campeonato liguero. Mal número, sin duda. El Real Madrid visitaba el Estadio de Anoeta para
medirse a la Real Sociedad y en una jugada Míchel se rompió la rodilla. La peor
de las lesiones. Rotura de ligamentos cruzados de la rodilla izquierda. Practicamente decía adiós a la temporada. Se especuló con una posible
vuelta de cara a la recta final. Con mucha suerte, a lo mejor le daba tiempo a
jugar la última jornada de Liga frente al Betis. Pero no. No llegó a tiempo.
Última campaña
Míchel volvió a jugar en la siguiente temporada 1995-96.
Pero con 32 años largos, el parón de los diez meses anteriores le había pasado
factura. La temporada 1995-96 fue además muy convulsa en lo institucional y en
lo deportivo. Cambio en la presidencia del club, relevos en el banquillo,
tropiezos sobre los terrenos de juego… Los malos resultados presagiaban un
cambio de ciclo en una plantilla que necesitaba nuevas caras y una buena
inyección de calidad. Desde mi punto de vista, Míchel podía haber seguido un
par de años más en el equipo. Pero terminaba contrato y meses antes de acabar
la Liga ya se sabía que el madrileño no renovaría.
Aún recuerdo su último partido oficial en el Santiago
Bernabéu. Fue contra el Mérida. Butragueño había abandonado el Real Madrid un
año antes. Ahora le tocaba el turno a Míchel. No me lo podía creer. Me
resultaba durísimo ver a mis ídolos de infancia abandonar el club. Fueron doce
temporadas en el primer equipo. Toda una vida para mí. Me costaba imaginarme al
Real Madrid sin Míchel, sin Butragueño…
Aquel 19 de mayo de 1996, las gradas homenajearon a uno de los
futbolistas más grandes que pasaron por el Real Madrid. Y a Michael Laudrup,
que también jugaba su último encuentro en el Bernabéu con la camiseta
madridista. Lo dicho, un día muy duro. Míchel cuajó una grandísima actuación y
marcó dos goles. Uno de ellos, además, un golazo.
La temporada 1995-96 no fue nada buena en lo deportivo. Pero
al menos, la despedida de Míchel fue acorde a lo que requería la marcha de
uno de los más grandes.
Míchel jugó su último encuentro oficial con el Real Madrid a
la semana siguiente, en Zaragoza, en la última jornada de aquel campeonato 1995-96.
Destino, México
Tras abandonar el Real Madrid, jugó una temporada en México
enrolado en las filas del Atlético Celaya de Emilio Butragueño. Aquel año
también jugó con ellos Hugo Sánchez. La tripleta de ex madridistas jugaron
juntos en aquella temporada 1996-97 en la que, en tierras aztecas, rememoraron
tantas tardes de buen fútbol de la década de los ochenta con la camiseta
blanca.
Al término de aquella campaña, Míchel colgó las botas.
No se desligó del fútbol. Colaboró en diversos medios de comunicación como analista y comentarista y empezó a entrenar.
Entre 1984 y 1996, José Miguel González Míchel disputó 559 partidos oficiales con el Madrid marcando 130 goles. Sólo en Liga, disputó 404 duelos y anotó 97 dianas.
Ganó seis Ligas, dos Copas del Rey, cuatro Supercopas, una
Copa de la Liga y dos Copas de la UEFA.
Fue 66 veces internacional con la Selección Española, con la
que jugó los Mundiales de México 1986 e Italia 1990 y la Eurocopa de Alemania
1988. Marcó 21 goles con la elástica roja pese a jugar como centrocampista,
siendo durante años uno de sus máximos artilleros.
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