No me lo puedo creer. Es increíble lo rápido que ha pasado el tiempo. Quizás sea porque lo recuerdo todo como si hubiera sido ayer mismo, pero ya han transcurrido tres lustros desde aquel inolvidable 20 de mayo de 1998. El día en el que el Madrid ganaba la Champions. Crecí con el convencimiento de que no vería ganar al Real Madrid la Copa de Europa. Los palos que me llevé durante mi infancia y la cicatriz de Eindhoven me hicieron creer que era imposible volver a levantar el máximo cetro continental.
Recuerdo aquel 20 de mayo como un día de nervios. De muchos nervios. Era mi primera Final de Copa de Europa. El Real Madrid volvía a una final europea doce años después de jugar la de la UEFA de 1986. Una eternidad para mí.
Recuerdo que según avanzaban las horas del día mis nervios
iban en aumento. Pensaba que podía ser una de las pocas ocasiones que iba a
tener el Real Madrid de volver a ganar una Copa de Europa. La anterior final se
había registrado diecisiete años antes, en 1981. Y llevábamos 32 años sin
ganarla. Aquello sí que era una barbaridad de tiempo. ¿Y si tardábamos otros
diecisiete años en volver a una Final de la Champions? ¿Y si no ganábamos y nos
pasábamos otros 32 años sin ganarla? Lo juro. Hubo una época de mi vida en la
que llegué a pensar que no vería al Real Madrid ganar nunca una Copa de Europa.
Con tantos pensamientos negativos, me aterrorizaba pensar en
la posibilidad de perder aquel día contra la Juve. Y ojo, que aquello era
fútbol y era perfectamente posible. Por la tarde, en clase, antes de ir a casa, el tema de
conversación entre todos era, lógicamente, el del partido. “¿Qué tal los
nervios?” me preguntó un compañero.
Llegó la hora del partido. El balón echó a rodar. Y el gol de Mijatovic. Todavía recuerdo aquel momento. Minuto 66. Mi reacción al gol, después de celebrarlo por todo lo alto,
fue totalmente absurda. Lamentaba que el gol hubiera llegado tan pronto. Sí.
Absurdo. Lo que quería decir es que aún
quedaba mucho tiempo por delante y, claro, era consciente de que la Juventus
podía empatar. Con 1-0 en el marcador, mi único deseo era que se acabara ya el
partido y que nos entregaran la Copa. ¡Árbitro, la hora! Se me entiende, ¿no?
Pero claro, el árbitro no podía pitar el final porque faltaban… casi veinticinco minutos por jugarse. Qué horror. Qué largo se me hizo el partido… Hasta que, ya
sí, por fin, en la prolongación, llegó el pitido final. No se me olvidará nunca la
imagen de Davor Suker, que acababa de saltar al terreno de juego, pegándole un
patadón al balón en señal de alegría.
Sí. ÉRAMOS CAMPEONES DE EUROPA. LA SÉPTIMA ERA NUESTRA.
Ahora, quince años después, estoy seguro de que aquel
partido del 20 de mayo de 1998, fue el más importante para los madridistas de
mi generación. Y para otros muchos, claro que sí. Pero aquella Copa de Europa fue
especial. Volvíamos a lo más alto de la élite futbolística europea y mundial.
Aquel 20 de mayo de 1998 en Amsterdam volví a creer en el equipo. Pero, eso sí, siendo
absolutamente consciente de la dificultad que había entrañado volver a ganar la
Copa de Europa. Si habían transcurrido 32 años desde el anterior trofeo de la
Copa de Europa, era porque ganar la máxima competición continental era
terriblemente difícil. Durante esos 32 años, ningún equipo había logrado
desbancarnos de la primera posición del ranking europeo a pesar del inmenso
tiempo transcurrido. Sin duda era por algo.Pero claro, el árbitro no podía pitar el final porque faltaban… casi veinticinco minutos por jugarse.
Sí. ÉRAMOS CAMPEONES DE EUROPA.
A día de hoy, sigo siendo consciente de la dificultad que entraña ganar en el fútbol. Y por eso, le doy tanto valor a los triunfos que hemos conseguido a lo largo de nuestra historia. Nunca olvidaré aquella Séptima Copa de Europa. La Séptima. Se ganó tal día como hoy de hace quince años.
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